Castigo de viaje
Estaba muy urgido, ya que habĂa quedado totalmente solo y varado en un pequeño pueblo gracias a mi antiguo amo, que me habĂa mandado hasta aquĂ sin mi consentimiento porque yo habĂa hecho muchas maldades. Bueno, el caso es que a mis quince años estaba sĂłlo en este pueblo, llevaba ropa rasgada y sucia de mal parecer, el pueblo tenĂa caminos de tierra, casas generalmente pequeñas y una pequeña plaza en el medio, tenĂa pocos habitantes, pero se veĂan amigables, asĂ que creĂ que podrĂa sobrevivir un tiempo hasta encontrar un amo.
Se hizo tarde, asĂ que me instalĂ© en un rincĂłn para pasar la noche. Sorprendentemente, nadie dormĂa en la calle como yo. Ya no habĂa nadie en el pueblo, salvo unas personas en un callejĂłn lejano, pero no me preocupe y me puse a dormir.
Al dĂa siguiente todo se veĂa normal, la gente compraba en el mercado y paseaba por las calles. Tuve que hurtar comida para poder sobrevivir, era experto en eso y tenĂa mucha experiencia.
AsĂ lo hice por varios dĂas, descubrĂ lo fácil que era sobrevivir en este pueblo a base de hurtos, sin embargo, en una tarde de sábado, un señor, creo que se era don Armando, porque ya me estaba aprendiendo los nombres, me habĂa sorprendido robando a doña MarĂa, como ellos dos eran tan amigos, creĂ que don Armando me iba a golpear o algo asĂ, pero no, yo no lo podĂa creer, me habĂa ofrecido trabajo, yo sin pensarlo dos veces aceptĂ© y estaba feliz, al menos eso creĂa.
El primer dĂa de trabajo fuĂ© normal, fuĂ a hacer las compras, lavĂ© la ropa y otras cosas cotidianas. No obstante, al dĂa siguiente, el comportamiento de mi amo era completamente distinto, en consecuencia, las cosas que me pidiĂł hacer. Me pidiĂł ir a robar todo lo que podĂa de comida y dinero al pueblo, y si no traĂa lo suficiente me golpeaba. Y asĂ con varios dĂas hasta que un dĂa me fui de su casa sin avisarle, porque ya no me daba casi nada y me golpeaba a pesar que le trajera lo que le pedĂa.
BusquĂ© otro amo, está vez don Pedro me habĂa ofrecido trabajo. don Pedro, el carnicero del pueblo, era la persona más amigable del pueblo a mi parecer. me enseñó a cortar y seleccionar la carne y todo bien, hasta que un dĂa me dijo: "lo has hecho muy bien hasta ahora Daniel, pero si quieres seguir trabajando conmigo tendrás que hacer esta tarea: tendrás que ir a la parcela de don CristĂłbal y traerme dos vacas sin que se dĂ© cuenta"
"Per..."
"No preguntes, sólo vé y has lo que te pido"
"Sà señor", le dije.
Como la parcela de don CristĂłbal quedaba lejos, me puse a pensar en el camino y a sacar conclusiones. Me habĂa dado cuenta que las personas de ese pueblo se veĂan buenas y simpáticas por fuera, pero por dentro eran otra cosa. Si pasabas tiempo con ellos se volvĂan personas malvadas y desquiciadas. Quizás causaban buenas impresiones sĂłlo para despuĂ©s aprovecharse y abusar de las personas.
Entonces corrĂ, corrì lejos de ese pueblo denigrante, vĂ a una persona a lo lejos, cada vez lo tenĂa más cerca, hasta que lleguĂ© donde Ă©l. Y no podĂa creer, ¡era mi antiguo amo, don Reinaldo! Que lo querĂa como un padre hasta que me mandĂł a ese pueblo. Cuando me mirĂł me dijo :"sabĂa que vendrĂas, hijo. Tuve que mandarte a ese pueblo por tu bien, para que te dieras cuenta que no hay que confiar en cualquier persona y que tampoco es bueno robar a la gente." EntendĂ su castigo, me di cuenta que me sirviĂł mucho, lo abracĂ© y nos devolvimos a su casa, a nuestra casa.
Se hizo tarde, asĂ que me instalĂ© en un rincĂłn para pasar la noche. Sorprendentemente, nadie dormĂa en la calle como yo. Ya no habĂa nadie en el pueblo, salvo unas personas en un callejĂłn lejano, pero no me preocupe y me puse a dormir.
Al dĂa siguiente todo se veĂa normal, la gente compraba en el mercado y paseaba por las calles. Tuve que hurtar comida para poder sobrevivir, era experto en eso y tenĂa mucha experiencia.
AsĂ lo hice por varios dĂas, descubrĂ lo fácil que era sobrevivir en este pueblo a base de hurtos, sin embargo, en una tarde de sábado, un señor, creo que se era don Armando, porque ya me estaba aprendiendo los nombres, me habĂa sorprendido robando a doña MarĂa, como ellos dos eran tan amigos, creĂ que don Armando me iba a golpear o algo asĂ, pero no, yo no lo podĂa creer, me habĂa ofrecido trabajo, yo sin pensarlo dos veces aceptĂ© y estaba feliz, al menos eso creĂa.
El primer dĂa de trabajo fuĂ© normal, fuĂ a hacer las compras, lavĂ© la ropa y otras cosas cotidianas. No obstante, al dĂa siguiente, el comportamiento de mi amo era completamente distinto, en consecuencia, las cosas que me pidiĂł hacer. Me pidiĂł ir a robar todo lo que podĂa de comida y dinero al pueblo, y si no traĂa lo suficiente me golpeaba. Y asĂ con varios dĂas hasta que un dĂa me fui de su casa sin avisarle, porque ya no me daba casi nada y me golpeaba a pesar que le trajera lo que le pedĂa.
BusquĂ© otro amo, está vez don Pedro me habĂa ofrecido trabajo. don Pedro, el carnicero del pueblo, era la persona más amigable del pueblo a mi parecer. me enseñó a cortar y seleccionar la carne y todo bien, hasta que un dĂa me dijo: "lo has hecho muy bien hasta ahora Daniel, pero si quieres seguir trabajando conmigo tendrás que hacer esta tarea: tendrás que ir a la parcela de don CristĂłbal y traerme dos vacas sin que se dĂ© cuenta"
"Per..."
"No preguntes, sólo vé y has lo que te pido"
"Sà señor", le dije.
Como la parcela de don CristĂłbal quedaba lejos, me puse a pensar en el camino y a sacar conclusiones. Me habĂa dado cuenta que las personas de ese pueblo se veĂan buenas y simpáticas por fuera, pero por dentro eran otra cosa. Si pasabas tiempo con ellos se volvĂan personas malvadas y desquiciadas. Quizás causaban buenas impresiones sĂłlo para despuĂ©s aprovecharse y abusar de las personas.
Entonces corrĂ, corrì lejos de ese pueblo denigrante, vĂ a una persona a lo lejos, cada vez lo tenĂa más cerca, hasta que lleguĂ© donde Ă©l. Y no podĂa creer, ¡era mi antiguo amo, don Reinaldo! Que lo querĂa como un padre hasta que me mandĂł a ese pueblo. Cuando me mirĂł me dijo :"sabĂa que vendrĂas, hijo. Tuve que mandarte a ese pueblo por tu bien, para que te dieras cuenta que no hay que confiar en cualquier persona y que tampoco es bueno robar a la gente." EntendĂ su castigo, me di cuenta que me sirviĂł mucho, lo abracĂ© y nos devolvimos a su casa, a nuestra casa.
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